martes, 18 de agosto de 2015

      A veces, queremos que alguien venga y nos lama las heridas a ver si así cicatrizan, y no nos damos cuenta, no, de que una tirita la pone cualquiera. 
        
       Lo difícil es sentarse, sacar aguja e hilo, y comenzar la sutura con el suficiente cuidado para que no escueza. Tener la paciencia para escuchar el grito ahogado, soportar la lágrima que intentas aguantar. Y a veces, a veces, de lo que no nos damos cuenta es que somos nosotros mismos los que tenemos que hacer eso. Ponerle un torniquete al pasado y amputar a los fantasmas. Detener la hemorragia del recuerdo. Aunque duela. Porque lo hace. Porque abrirte la piel siempre duele. Porque sacar la bala tras la batalla es difícil si te ha cruzado el pecho.
               
         Porque siempre quedan secuelas,

                
y no hay médicos que te libren de ellas.

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