domingo, 10 de enero de 2016

(tú vestido de despedida y yo con ganas de desnudarte)

Vuelvo a dormirme con el desamor enquistado,
con la desesperanza sembrada,
creciendo todas sus malas hierbas
en cada rincón que queda entre mis costillas.
Vuelve, a cuidar el jardín
a que renazcan las flores;
que recuerdo que todas llevaban tu nombre
aunque ahora no sepa ni pronunciarlo.
Sé que estás
-que estamos-
en las raíces;
y así de hondo te quiero,
te he querido
siempre
y hasta siempre.


(ya no sé escribir porque te has llevado todas las letras
toda la poesía
con cada paso embarrado
sin ni siquiera dejarme en blanco
solo llena de borrones.)

sábado, 7 de noviembre de 2015

Lo siento mundo si no soy lo suficientemente normal
ni lo suficientemente diferente. 
Pero a veces siendo una misma,
-y sin necesidad de demostrárselo a nadie-
se es más feliz.

jueves, 10 de septiembre de 2015

     Una vez, hace tiempo, alguien querido me contó que las estrellas no son astros. Me dijo muy bajito—para que nadie más lo oyera—que todo lo que decían los científicos era una gran mentira, que no eran bolas de fuego que explotan y chirrían. Este alguien me dijo, desde el jardín en una noche de junio, que cada estrella era la mayor duda de una persona y que por eso, todas las noches, van saliendo despacito, y solas; y que por eso, todas las noches, ya colgadas en la bóveda del cielo, siguen temblando.
    Hoy aún lo pienso cuando miro hacia arriba y las veo. Y como las dudas, se encuentran lejos pero no dejan de estar sobre cada cabeza, anidadas en su mente. Aparentemente fijas en el gran telón azul, cada una brilla con la esperanza de arrojar luz sobre sí misma, con la esperanza de convertirse en certeza. Y las que lo consiguen, las afortunadas que lo logran, no  pierden el tiempo y corren, y vuelan y atraviesan el cielo y cumplen. Algunas personas, lo ven desde el suelo, sin reconocer sus propias dudas transformadas; y deciden convertirlas en deseos, aferrándose en realidad a su certeza.


   Las pequeñas dudas trémulas flotan ahora en mi cabeza y sobre ella; y no puedo evitar pensar en qué poder hacer para solucionarlas. Pero amanece y llega el día antes de darme tiempo a conseguirlo, y las dudas y las estrellas se duermen mientras yo espero, como siempre, a la noche, donde me acompañan.

sábado, 29 de agosto de 2015

caracolas



Le puse Luna por su cara calmada y redonda.
                -Traigo una caracola que cuenta sueños-me dijo el último día  mientras me tendía el objeto. Yo le sonreí, como cada noche, y luego se marchó.
                Siempre aparecía de esa forma: atravesaba las tiendas del resto de refugiados, se acercaba hasta la mía atraída por el logo rojo y el olor a medicamento, y me contaba una historia. Era Luna quien contaba sueños, no la caracola; la que me hacía cerrar los ojos y que pareciese posible la vida más allá de los fusiles y balas que nos rodeaban. Y solo tenía ocho años.

                No la vi más después del último traslado, pero a veces aprieto la caracola contra mi oído y la escucho soñar.


*

Esta minihistoria tiene, en realidad, Historia. 
La escribí hace tiempo para un concurso de microrrelatos, y eso explica su cortísima extensión; el caso es que al final no la mandé porque nunca tengo la suficiente confianza para enviar lo que escribo a algún sitio serio. Pero, ahora más que nunca, a pesar de no tener una prosa fantástica, ni transmitir demasiado; creo que podemos tener más presente su sentido. Y a Luna. 
Esto va por las miles de Lunas que existen ahora mismo, que, realmente, llevan existiendo mucho más tiempo que los cinco minutos que le dedican en el telediario a la hora de comer. Por aquellos que ven sus vidas sometidas a la catástrofe, por aquellos que no pueden hacer otra cosa que abandonar su tierra, su infancia, su casa, huyendo de otros cegados por argumentos quebrados y armas de gatillo fácil. 
Pero no solo por quienes lo sufren, sino también por los que escuchan. Por los que oyen los sueños, con caracola o sin ella, y van al foco del desastre. Por los que se arremangan y ponen tiritas, cantan entre el polvo y empujan a la gente. Hacia delante, porque hay más; porque la vida tiene que seguir, y sigue.

martes, 18 de agosto de 2015

      A veces, queremos que alguien venga y nos lama las heridas a ver si así cicatrizan, y no nos damos cuenta, no, de que una tirita la pone cualquiera. 
        
       Lo difícil es sentarse, sacar aguja e hilo, y comenzar la sutura con el suficiente cuidado para que no escueza. Tener la paciencia para escuchar el grito ahogado, soportar la lágrima que intentas aguantar. Y a veces, a veces, de lo que no nos damos cuenta es que somos nosotros mismos los que tenemos que hacer eso. Ponerle un torniquete al pasado y amputar a los fantasmas. Detener la hemorragia del recuerdo. Aunque duela. Porque lo hace. Porque abrirte la piel siempre duele. Porque sacar la bala tras la batalla es difícil si te ha cruzado el pecho.
               
         Porque siempre quedan secuelas,

                
y no hay médicos que te libren de ellas.