A veces, queremos que alguien
venga y nos lama las heridas a ver si
así cicatrizan, y no nos damos cuenta, no, de que una tirita la pone
cualquiera.
Lo difícil es sentarse, sacar aguja e hilo, y comenzar la sutura con
el suficiente cuidado para que no escueza. Tener la paciencia para escuchar el
grito ahogado, soportar la lágrima que intentas aguantar. Y a veces, a veces,
de lo que no nos damos cuenta es que somos nosotros mismos los que tenemos que
hacer eso. Ponerle un torniquete al pasado y amputar a los fantasmas. Detener
la hemorragia del recuerdo. Aunque duela. Porque lo hace. Porque abrirte la
piel siempre duele. Porque sacar la bala tras la batalla es difícil si te ha
cruzado el pecho.
Porque
siempre quedan secuelas,
y no hay médicos que te libren de ellas.
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